Me vienen a la mente dos títulos para
explicarle a mi mujer el significado de la experiencia del Albardinal que se
viene repitiendo todos los jueves desde hace ya tres años: “Los jueves
milagro”, película del genial Luís García Berlanga, rodada en España un año
antes de mi nacimiento (1958); y “El hombre que era jueves”, disparatada novela
de uno de los raros y brillantes católicos hijos de la Gran Bretaña, G. K. Chesterton
(1908). La primera conexión que se establece entre estas dos piezas de la
inteligencia humana, el hilo que las une en mi caletre o mollera es la palabra jueves. Pero si nos atenemos al
contenido, también encontramos el disparate, la camaradería, los sueños.

Mi chacha María de las telas, viuda de Ginés el Librillano
(ochenta y tantos años, sesenta de los cuales se los ha pasado cortando y
cosiendo vestidos a fuenteras, barquereñas y berreñas) cruzaba parsimoniosa la
carretera apoyándose en su garrota para subir a donde mi prima Josefa, la mujer
del comisario, cuando el sol de primavera avanzada caía por encima de la piedra
del Almirez, en la silueta norte de Sierra Espuña (en La Fuente el norte es p’arriba
y el sur es p’abajo, sólo en las películas del Oeste hablan con propiedad del
Norte y del Sur y de los otros puntos cardinales).
Paquita de la tía Mariquita, viuda de Paco el Librillano
(setenta y tantos años, sesenta de los cuales se los ha pasado trajinando sin
parar en la tienda-bar-negocios varios mientras criaba los cinco hermanos Rubio
que militan en los veteranos) sabe recitar de memoria las trescientas
jaculatorias a la Virgen
del Rosario y los cinco misterios gozosos (yo os animo, aunque no seáis devotos
de nuestra patrona ni siquiera católicos, a que una tarde cualquiera paséis por
casa de mi madre, la Encarna
del pico, según creo que le dicen ahora, antes era la hija menor del tío José
de las telas, que recorría los campos de La Fuente en su carro cambiando su mercancía textil
por trigo, cebada, avena, higos, huevos y cualquier producto de la tierra que
no escaseara en las casas y cortijos de la Retamosa, los Calderones, la Alquibla, el Mingranillo,
la Casa Gracia,
el cortijo del Andaluz, la
Cañada, el Mojón Blanco, etc., etc.,digo que os asoméis a la
casa de esa Encarna, viuda de José de la Pupé, y oigáis como la Paquita reza el rosario de
memoria, con perfecta entonación, prodigiosa dicción castellana, honda emoción
y recia fe).
Un día Paquita preguntó a su cuñada María, que ya subía por
la acera de Ginés Guerrero mientras ella venía por la calle Mayor (en Mula
prefieren llamarla de Antonio Aranda):
-Maríaaaaaa, ... ¿qué día es hoy? (tono de soprano alto).
-Debe ser jueves. Por ahí viene mi sobrino Mateo.
En efecto, los jueves no sólo tienen el encanto de caer
justo en mitad de la semana, de ser la víspera optimista del soñado viernes que
nos abre la puerta de un inminente fin de semana repleto de proyectos que en su
mayoría no cuajarán, pero ese anticipo de ilusiones es lo que dota al viernes
de su buena fama y llega uno al jueves como si cruzara la cima del Alpe d’Huez
de la semana.
Para mí los jueves tiene el plus de salir de Mula city
cogiendo el camino del Curtís a media tarde, bajar la cuesta de la Tejera (rambla arcillosa
del río Pliego poco antes de juntarse con el Mula donde debían de sacar el
barro para hacer las tejas, rambla ancha por la que yo vi bajar una tromba de
agua cubriéndola de lado a lado como un tsunami de cincuenta metros en la gran
riada acaecida un sábado de octubre de 1987 cuando iba a pretender a mi novia;
dos horas antes una nube descomunal, una gota fría furiosa, había descargado 200 litros por metro
cuadrado en una hora sobre las ramblas de Malvariche y La selva). De la Tejera subo hasta los
parajes suaves de la Alquibla
y me dejo llevar a través de sus cañadas y páramos, disfrutando de la variedad
cromática que la adorna en cada estación del año, hasta que llego a la casa
Colorá. Frontera natural entre La
Fuente y Mula es el puente de Las Grajas sobre la rambla de Manzanete, donde mi abuelo
Mateo estuvo poniendo esas hermosas piedras, dorados sillares de sencillez y
consistencia romana, y donde abandonó su tabaquera harto ya de ese mal hábito
que le estaba
hollinando los pulmones). A partir de aquí se puede afirmar con
rotundidad que nos salimos de la cuenca
del Río Mula (la geografía es el origen
radical de las diferencias entre fuenteros y muleños, como los Pirineos lo son
respecto de los gabachos y el Estrecho de los magrebíes, pero sobre este punto
ya me extenderé en otra ocasión); cruzo despues la rambla de los Calderones y subo la
larga cuesta que culmina en el puerto de
la Cruz de
Marcos Gómez;
te asomas entonces a los hermosos y feraces llanos de la Retamosa, adonde dicen
que llevaron una vez a nuestra Patrona en procesión rogativa en una de esas
sequías pavorosas allá por los años 50 (mi abuela Pupé, mi padre y otros fuenteros se lo pasaron bien en la romería y además llovió, pero no ese día); busco entre los almendros la figura
menuda y portentosa del tío Antón del Retamal cargando los sacos enormes de almendra en un
burro negro sin dejar de motivar a los amedrentados chiquillos que veraneábamos
a sus órdenes imperiosas, tajantes cual sargento de marines instruyendo a los
novatos, por el salario de cien míseras pesetas; doblas en la curva del Retamal
de Abajo, cruzas la finca del Tío los Pollos y cuando vas suavemente bajando
hasta la doble curva del Tollo, la torre de la iglesia se recorta en el fondo del
cabezo Yesal, que a su vez despunta
sobre el fondo de la sierra de Carrascoy, y entonces, si te has criado en La Fuente, si te has pasado
las noches estivales jugando en la puerta de la iglesia al marro, a perrico la
liebre, a los barrilicos, a la pelota; si te has roto los pantalones tirándote
por las resculleras sobre una hoja de pitera (y tu madre te los remendaba, sí,
pero antes te daba unos buenos apargatazos), si te has bañado en el canal bajo la higuera del Tío Felipe,
si ibas a coger hierba para los conejos al salir de la escuela con la picaza y
el saco de remolacha y el saco se te caía de la bicicleta o te tiraba porque no
lo ponías muy bien equilibrado (eso si tenías bici), o a coger tallos y tápena;
si alguna vez fuiste a coger tomillo, a buscar caracoles o a coger abercoques
al Bárbol, Paito o el Cortijico en el camión de Torres; si fuiste a las
escuelas viejas que había en la calle de las Cagarrutas (¿alguien sabe por qué
le pusieron García Hurtado?), si te has lavado en un barreño por partes con
agua del canal, si alguna vez has saciado tu sed en la Cieca y has llenado los
cántaros en el Chorraor, si llegaste a saborear el rico chambi que hacía Ginés
el Librillano, entonces, digo, una alegría difusa se va apoderando de tu ser y
entras en La Fuente
por el castillo con una sonrisa de satisfacción dibujada en la cara del que siente
que ha llegado a su casa, a su patria chica, pues como dijo algún poeta, la verdadera
patria de un hombre es su infancia.
En artilugios como éstos recuerdo a mi chacho Ginés el
Librillano, el de María las telas, haciendo con exquisita pulcritud, conciezuda
paciencia y método riguroso el delicioso chambi que degustábamos en La Fuente los veranos de los
años 60 en las tardes de domingo y fiestas de guardar.


Hola Mateo! Soy Juan Martínez, de Mallorca. Me enteré hace poco de vuestra página y la miro casi todos los días. Quería darte desde aquí mi enhorabuena y animaros a todos a que os sigáis reuniendo cada jueves. El año pasado fui a veros un día jugar pero no estabas. Me dijo Pepe Rubio que ibas a hacer un artículo sobre mi "trayectoria futbolística" en la Fuente. Agradecería que me facilitaras un e-mail para poder enviarte un par de fotos y más información.
ResponderEliminarTambién sigo La Fuente a través de su Cuadrilla.
Un saludo a todos.
Hola Juan: me acabas de dar una gran alegría. La próxima vez que vengas al pueblo dinos la fecha con tiempo para que te recibamos como tú mereces y te vistas de corto en el nuevo campo de fútbol que estamos haciendo.
ResponderEliminarDa muchos recuerdos a tu familia y te digo mi dirección de correo electrónico: mserranoescolar@yahoo.es
Un abrazo.