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sábado, 29 de septiembre de 2012

ASÍ HICIMOS EL CAMPO



LA CASETA DE APEROS, por Mateo Serrano Escolar

Era el día de san Fermín. Era sábado. Era el 7 del 7 del 2012. Eran las 7 de la mañana. Sonó el despertador. Lo miré con desgana y aplacé una hora la alarma. En la cena del jueves el presidente nos convocó a la brigada de voluntarios. Pero yo no contaba con que el viernes jugaría otro partido de 21 a 23 horas en la inmensidad del campo de Mula en un seis contra seis que me dejó para el arrastre.

A las 8,30 o tal vez unos minutos después comparecí con cierta turbación debido a mi retraso (siempre me he considerado poco español a la hora de incumplir los horarios), en el solar que linda al norte con la explanada extensa del nuevo Albardinal, batido ya por una implacable radiación solar que espejeaba en la superficie terrosa e informe. A mi izquierda rugía ya la hormigonera. El corralero Miguel Angel la alimentaba. El presidente y Orca disponían regles y tensaban hilos. Los bloques aguardaban. Los sacos de cemento y las sacas de arena flanqueaban la boca insaciable que los engulliría y vomitaría en el paciente carretón después de amalgamarlos en la medida científica y exacta de tres cubos de agua más dos sacos de cemento más equis elevada al cubo de indeterminadas paladas de arena.

Juan el páter, que olió a masa recién hecha, dejó la bicicleta con la que se ejercitaba a esa hora temprana y vino con su carretón para llevarse una miaja.

Míchel me proveyó de guantes y el presi de un legón. En éstas llegó mi hermano y Chema no recuerdo si ya estaba o apareció en aquel momento. A eso de las 9 a.m. ya estábamos la brigada al completo.

Antes de proseguir mi relato quiero agradecer una vez más al Ayuntamiento de Mula por su falta de recursos y de atención a La Fuente. Ello hace posible que yo pueda disfrutar de estas jornadas gloriosas de trabajo con mis compañeros, como aquella primera de la valla con Salva el trovero y Antoñico el migalo.

Hay que dar las gracias también a los jóvenes que estuvieron de despedida de soltero en una especie de Gymkhana estupenda que colmó de felicidad (y líquidos espiritosos) al bueno de Julio. Pues si no hubieran estado de juerga todo el día, estoy seguro de que ellos habrían hecho todo el trabajo y los mayores no habríamos disfrutado del calor, el sudor y el polvo que tragamos en ese rincón del campo.

Para que la brigada de obras fuera completa faltaban dos elementos: los máximos responsables de la Comisión Técnica de la AVFL. Me refiero a Antoñico el Migalo, del cual tiempo ha que no sé nada, y al formidable Pepe “el zarco”.

Tras la primera fila de bloques el presidente cogió el nivel de agua, plantó un regle y exclamó: ¡Yeso! Se desató en mi mente un resorte que llevaba inerte unas cuantas décadas y volé hacia el capazo, lo introduje en el bidón y lo saqué con algún litro de agua, despellejé un saco de yeso moreno y extraje tres garpás de polvo blanquecino para amasarlas con deleite mientras miraba de reojo al Pío buscando algo que faltaba en la imagen arquetípica de levantar los regles: ¡Claro, la plomada! Faltaba el plomo, la herramienta con la que se irguieron perpendiculares a la tierra los obeliscos faraónicos y las recias catedrales.

Con Orca escanciando masa de la caldereta sobre las filas de bloques y mi hermano José colocando bloques a puñetazos no había tiempo que perder. El presi, Míchel y Chema cogían un bloque en cada mano cual si fueran de esponja barquereña. En algún viaje intenté imitarlos y todavía tengo el cuello y los hombros agarrotados y condolidos. En esta guisa nos dieron las diez y compareció a lomos de su negra y reluciente suzuki el manigero general o mariscal de campo de la AVFL. Afable y simpático departió con los obreros y le pareció bien lo que estábamos haciendo. No obstante el buen rollo tuvo lugar alguna que otra disquisición discordante con el mesurado presi (Pepe quiere que nos gastemos los cuartos YA en esturrear y apisonar una capa de arena fina mientras que Andrés aboga por esperar y darle un poco de cuartelillo al concejal) y el alborotador Cholo (el zarco considera innecesario enlosar la caseta y mi hermano y demás maestros albañiles no le hacen caso).

Las pareces crecen. El hueco de la puerta va tomando forma. Se precisa el andamiaje. Pepe el zarco decreta la hora de almorzar. Sedientos y sudorosos nos encaminamos a casa Joaquín, que nos recibe con poco entusiasmo. Una litrona no muy fría y dos tomates partíos en un plato. Su foco de atención son los ciclistas de los sábados. Mi hermano salta la barra y empieza a surtirnos con desparpajo. Joaquín piensa que la obra le puede costar cara pero llega el tesorero y tranquiliza los mercados, baja la prima de riesgo y se ordena a la cocina un montadito, un jalufo y una salchicha por barba. Después los carajillos, un tapón de licor digestivo y vuelta al tajo.

Tras el almuerzo comprobé que hacía más calor, que los bloques pesaban más, que al echar cuatro paladas me daban calambres en el brazo, que todos trabajaban cual jabatos y yo no podía tenerme en pie. Me senté a la sombra admirando la energía de estos fabulosos veteranos.

Chema disfrutaba como un niño con un juguete nuevo. Había cambiado el serrucho por la pala y todo lo miraba con asombro y entusiasmo. “Chema, pásame la plana”, ordena Orca equipado como un dandy de la albañilería: chanclas playeras, camiseta de tirantes y gafas de sol Reyban. “¿Y eso qué es?” inquiere Chema, ávido de conocimientos. Una vez identificada la plana, también quiere conocer el arte de esturrear la masa sobre la pared. Orca, muy estiloso, apoya la mano izquierda en la pared formando con ésta un ángulo de treinta grados, con la mano derecha sostiene la plana hacia arriba esperando que Chema vierta una paletada de masa; y masticando chicle con parsimonia, mira a Chema por encima de las gafas y con sutil movimiento de muñeca da un planazo largo de abajo a arriba rematándolo con media vuelta sin que se le caiga ni una mota de masa. Chema lo observa complacido aguardando su oportunidad.

Cholo, aupado en el andamio no cesa de pedir: “Míchel, la maceta”, “Masa”, “Bloques”, “Un regle”,... hasta que el Corralero estalla: “Esto es lo que me jode de los albañiles, que se suban al andamio y empiecen a pedir cosas. Ponlas tú en el andamio antes de subirte, ¡hostia!”.

Andrés va enrasando. Tras poner la puerta, Orca anuncia que vamos a parar los regles para hacer las brencas. Chema estira las orejas. Todo lo observa. Anota mentalmente esta nueva palabra.

A las 13 horas concluye la faena. A la tarde unos se van a la boda del locutor de radio Espuña y otros a la playa. Yo me voy a descansar, pues no tengo fuerzas ni para comer.